Cuando hablamos de Turquía pensamos siempre en Estambul. Y tiene sentido, ya que , si bien hoy no es su ciudad capital, lo fue en el pasado, y actualmente es la ciudad más importante y poblada del país. Sin embargo, Turquía es mucho más que Estambul. Turquía es un país muy rico en historia, cultura y tradición, con excelente gastronomía y alucinantes paisajes. Turquía es un país digno de visitar.
Sin embargo, como pasa siempre, hay excepciones. Y Kushadasi es una de ellas. En el marco del crucero que realicé por el Egeo, una de las paradas fue esta localidad de Turquía emplazada en la costa de dicho mar. Su nombre proviene de la unión de los términos pájaro e isla, ya que hay una islita en el mar cerca que, vista desde la costa, tiene forma de pájaro. Hoy por hoy es una localidad veraniega, ya que posee extensas y doradas playas, en las que el calor del verano se hace sentir. Pero, en el pasado, era una localidad muy importante, ya que era el puerto de ingreso debido a su cercanía con la ciudad de Éfeso. Cabe recordar que Éfeso es una localidad muy importante en la actualidad pues allí se encuentra, entre otras cosas, la casa que sirviera de última morada a la Virgen María. De hecho, en el crucero se ofrece una excursión al lugar para visitarla. Yo no lo hice ya que había visitado Éfeso en mi viaje anterior, por lo que preferí conocer Kushadasi.
Llegué temprano al puerto de Kushadasi, en el que descendí y comencé a pasear. Me recibieron las antiguas murallas de la ciudad, un centro comercial con productos regionales y una ciudad dormida, que no despertó hasta cerca de las diez de la mañana. Por lo tanto, mientras esperaba que abrieran los negocios, recorrí el Boulevard Attatürk, paseo marítimo a orillas del mar. Se pueden apreciar en el mismo barcitos y locales comerciales, como así también una serie de esculturas, como El Heykelyi. La misma consiste en una mano desde la que salen volando algunas palomas. Es conocida también como la Estatua de la Libertad, y es un centro de reunión y símbolo de la ciudad.
Cuando la ciudad empezó a cobrar vida, resolví recorrerla. Tomé el boulevard Barbaros y me interné así en el centro de la ciudad. Durante todo el trayecto, desde que llegué al puerto y a través de todo el recorrido que realicé por el lugar, fui constantemente asechada por vendedores ambulantes que no dejaban de perseguirme y, hasta diría, hostigarme, para que comprara sus productos. Al principio, mis respuestas negativas eran amables, pero llegó un punto en que me hacían sentir incómoda, y mi humor cambió, por lo que los ignoraba y ni siquiera les respondía. Más de un vendedor manifestó en su idioma algunas cosas que, seguramente, no eran amables para conmigo. Resolví volver entonces al boulevard marítimo, con la idea de tomar un taxi que me llevara a lo alto de la ciudad, en una elevación en la que había una escultura de Attatürk y, seguramente, supuse, hermosas vistas. Apenas puse un pie en la vereda, se me abalanzó un taxista que me ofrecía llevarme a recorrer la ciudad en su vehículo. Le comenté que me interesaba conocer el monumento, a lo que respondió que me mostraría ese lugar y otros muy hermosos. Negociamos el precio e iniciamos el recorrido. Pero para mi sorpresa, el taxista resolvió llevarme a lugares en las afueras de la ciudad en los que él tenía comisión: una fábrica de alfombras, joyerías, fábricas de camperas de cuero...No le importó que le insistiera que no pensaba comprar nada, el señor se mantenía en su recorrido. En un momento, ya cansada de la situación, le dije muy enojada que me llevara de regreso, que esto no era lo acordado y que nada iba a comprar. Enojado él también, me devolvió al centro de la ciudad sin llevarme al monumento que deseaba ver y por el cuál había arreglado el viaje.
Luego de esto, con mucho enojo, me senté en un bar y esperé en ese lugar la hora de volver al barco, sin las mínimas ganas de seguir paseando o conversar con alguien.
Más allá de que el lugar en sí no era gran cosa, lo peor de todo fue la experiencia que tuve con la gente del lugar. Maleducada, insistente hasta el agobio, le quitan a cualquiera las ganas de estar en el lugar y, sobre todo, las ganas de comprar. Cierto es que no había cosas bellísimas, pero de haberlas, no las hubiera comprado a raíz del mal momento que me hicieron pasar. Alguien debería decirles que su actitud en lugar de atraer a los turistas, los ahuyenta.
Así que ya sabes. Si vas a Kushadasi, tené cuidado con la actitud desubicada de los vendedores. No permitas que, al igual que a mi, te hagan pasar un mal momento. Ojalá yo hubiera tenido a alguien que me hubiera alertado de esta situación !!! Mi experiencia hubiera sido otra.
Pero mas allá de esta mala experiencia, viajar es lo mejor que te puede pasar. Y de las malas experiencias también se aprende mucho. Así que no desestimemos nada y que estas situaciones no nos impidan seguir disfrutando de los viajes.