Por alguna razón Bélgica había sido desde hacía tiempo un destino al que deseaba ir. No sé bien qué es lo que me atraía de ese país, pero creo que sus ciudades medievales, su historia y, sin dudas, probar su chocolate, que es ciertamente el mejor del mundo. Ya en una entrada anterior me referí a Brujas, que era la ciudad que más deseaba conocer. Pero bien de cerca le seguía Gante, la ciudad natal del rey Carlos V de Alemania y I de España, que tanta relación tuvo con América y su conquista y con la reforma Protestante. Y finalmente tuve la suerte de poder visitarla.
El nombre de Gante proviene del celta ganda que significa Confluencia. Tiene lógica , ya que la ciudad se sitúa en la confluencia de los ríos Lys y Escalda. Está a medio camino entre Bruselas, capital de Bélgica, y la popular y magnífica Brujas. En el pasado medieval fue una ciudad comercial muy próspera, sobre todo gracias al comercio de la lana. Era, después de París, el núcleo urbano mas grande de la época. Actualmente es centro universitario y cultural, y es la segunda ciudad más importante de Bélgica. Que no te asuste el idioma. Si bien el oficial es el neerlandés, los belgas hablan francés, alemán y, obvio también entienden inglés. Es muy fácil recorrela, ya que los lugares importantes se encuentran en torno al centro histórico.
Un muy buen lugar para empezar el recorrido es la Catedral de San Bavón, lugar donde se realizó la fundación de Gante en el año 630, aunque la iglesia data del siglo XV, y sustituyó a otra levantada en el siglo XII. No te podes perder el interior de la misma. Es de tal magnificencia que no se puede explicar, hay que verlo. Lamentablemente, cuando yo fui, la gran obra de los hermanos Van Eyck Adoración del Cordero Místico se encontraba en restauración y no pude verla. Pero sin embargo y aún así, la catedral es un imperdible en Gante.
De allí, podes continuar por la calle Sint Baafsplein hacia el Ayuntamiento de Gante, un bello edificio que mezcla estilos Renacentista y barroco.
Siguiendo la calle Botermarkt, llegarás de inmediato a la Torre del Reloj del Campanario Municipal de Gante, también conocida como la Torre Belfort. Las torres del Campanario eran puntos defensivos de la ciudad. Su construcción se remonta al año 1380. Es inevitable, una vez que admiraste el edificio del campanario, notar una estructura super moderna que desentona con el entorno medieval. Se trata del Stadshal City Pavillion, el cual forma parte de un proyecto de modernización de los espacios públicos de la ciudad. Yo, sinceramente, lo sacaría.
Luego, si caminas por la calle Sint-Baafsplein llegarás al mágico Puente de San Miguel. El mismo cruza el río Lys, pero lo más maravilloso es que, si te detienes en el centro del puente y miras hacia atrás desde donde venías, tienes una fabulosa vista de la ciudad y sus torres. En el camino al puente verás también la Iglesia de San Nicolás, que data del siglo XIII, una maravilla gótica.
También , desde el centro de puente, podrás ver dos íconos de Gante, como son los muelles de Graslei y Korenlei. Los mismos, situados a ambas orillas del río, fueron los centros comerciales del Gante medieval, y están enmarcados por fachadas antiguas, embarcaciones, amarraderos y, por supuesto, bares y restaurantes.
Cruzando el puente de San Miguel, podrás llegar al muelle de Korenlei por la calle de su mismo nombre. Un poco más adelante, la misma cambia de nombre a Jan Breydelstraat. Cuando llegues al puente Hoofburg, crúzalo para llegar al Castillo de los Condes de Flandes (Gravesteen), perfectamente conservado, incluso su foso defensivo.
Desde el Castillo podés cruzar el puente Vleeshuisbrug hacia la Groentenmarkt. En ese lugar hay un barcito maravilloso llamado Koffie Thee, donde venden unos waffles que son inolvidables. Yo comí uno simplemente con azúcar impalpable, pero su suave sabor crocante y dulce me resultó inigualable.
Me fui de Gante con la felicidad de haber cumplido otro sueño mas. No me desilusionó en absoluto: Gante es un lugar que merece la pena una visita. Si andas por ahí, no lo dudes. Visitalo, recorrelo, disfruta de sus callecitas únicas, que te transportan al pasado en cada esquina. Gante es un lugar del que no me voy a olvidar y al que, seguramente, volveré algún día.